Mi casa, tu casa, nuestra casa
¿Estamos dispuestos a incluir personas de diferentes culturas en nuestras congregaciones?
Es la mañana de un día frío de diciembre; el pollo en mole que cociné anoche está cuidadosamente guardado. Es el último día de mi clase de inglés como segunda lengua y lo celebraremos con un almuerzo. Nuestra maestra, Linda, nos pidió traer platillos tradicionales de nuestros países de origen.
En la parte de atrás del salón, hay dos grandes mesas con manteles rojos de plástico en los que hemos colocado muy orgullosos los platillos que nos representan. Somos inmigrantes de Eritrea, China, Marruecos, Japón, Turquía, Argelia, Rusia, Ucrania, Brasil, Vietnam, India, Grecia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y México. Algunos de mis compañeros son ingenieros, abogados, médicos, jardineros, amas de casa, campesinos y albañiles. Había una gran diversidad de idiomas, de costumbres, de nivel de estudios, de estado migratorio y de nivel económico. Mi clase parecía una Torre de Babel.
Me he dado cuenta de que ninguno de nosotros se apresura a probar la comida. Podríamos empezar comiendo de los platillos que conocemos, pero también queremos ser corteses y hacerle el honor a aquéllos que nunca hemos visto antes. No sabemos qué esperar, solamente nos vemos los unos a los otros y a la comida y sonreímos nerviosamente. Entonces, una compañera de Eritrea se anima a probar el platillo de otro compañero y con su escaso inglés, su fuerte acento y una gran sonrisa, nos hace saber que le gusta lo que está comiendo. Poco a poco, los demás empezamos también a probar los diferentes platillos. El platillo de Eritrea es picosito como la comida mexicana; las pupusas salvadoreñas me recuerdan la comida que hacía mi madre los domingos para el almuerzo. El platillo de Japón tiene una textura y sabor delicados. La ensalada griega es refrescante, el cuscús de Marruecos—a pesar de que es sabroso—no me atrevería a volver a comerlo y los pasteles rusos son deliciosos.
Sabores, colores, aromas, costumbres, idiomas, acentos e historias diferentes, se mezclaban de forma exquisita de la misma forma que el mole que traje, el cual representa una importante región de mi país. Somos un grupo multicultural, entendiendo multiculturalismo como la variedad de características que nos distinguen como individuos y al mismo tiempo, nos identifican como pertenecientes a un grupo o grupos: diversidad de edad, de cultura, de clase socioeconómica, de origen étnico, de sexo, de idioma, de lugar de origen, de raza, de religión y de orientación sexual.
Si los esfuerzos de nuestras comunidades Unitarias Universalistas por llegar a ser comunidades tolerantes e inclusivas sólo significan aceptar a personas de diferente color o a personas con preferencias sexuales diferentes y no incluimos a personas de diferentes culturas, con todo lo que viene con cada cultura, entonces nos estamos quedando cortos. Si como comunidades Unitarias Universalistas vamos a participar activamente en este esfuerzo multicultural, los invito a que se pregunten: ¿Estamos dispuestos a incluir personas de diferentes culturas en nuestras congregaciones? ¿Podemos despojarnos de las ideas preconcebidas acerca de otras culturas? ¿Realmente queremos ser comunidades tolerantes? Si la respuesta es afirmativa, entonces invitemos a personas de las diferentes culturas que están a nuestro alrededor, teniendo en mente la responsabilidad que implica esta invitación.
Pero primero hagamos un experimento mental:
Digamos que los invito a todos ustedes, de uno en uno, a venir a visitarme a casa. Soy su amigo y los considero a ustedes mis amigos. Por lo tanto, una vez que estén en mi casa, siéntanse cómodos. “Mi casa es su casa.” Ahora que están en mi casa—su casa—déjenme preguntarles: ¿Se sentirían cómodos deambulando por la casa, abriendo el refrigerador y comiendo lo que hay ahí; encenderían el televisor, se quitarían los zapatos, se sentarían y se relajarían? ¿Lo harían? ¿Por qué no, si somos amigos y yo les he dado la bienvenida a mi casa?
Entonces, ¿por qué esperamos que otros se sientan como en su casa cuando no es el sitio que consideran su hogar, cuando todo lo que les rodea les parece tan diferente y distante de lo que están acostumbrados a tener en sus vidas?
En todas las épocas y en todas las sociedades se han dado intercambios culturales. Es natural que en nuestros primeros acercamientos con otras culturas sea difícil entender y aceptar las diferencias culturales. Es aun más difícil participar en otras culturas y permitirles cambiar la nuestra.
Como individuos y como comunidad tenemos que empezar a hacernos amigos de aquellos a quienes queremos invitar a nuestro hogar espiritual. Aventurémonos fuera de lo conocido, salgamos de nuestras casas y visitemos a nuestros nuevos amigos en sus casas. Conozcamos a sus familiares y amigos; comamos con ellos sus alimentos y los nuestros. Cantemos sus canciones y las nuestras. Aprendamos a pintar nuestras vidas con sus colores, para que ellos puedan reconocer algo familiar cuando entren en nuestras vidas y en nuestras comunidades.
En la Primera Iglesia Unitaria de San José tenemos más de una década de experiencia haciendo el trabajo del alma, construyendo nuestra amada comunidad multicultural y multiétnica, no solo aprendiendo el español (o en mi caso inglés), sino también aprendiendo nuevas costumbres, nuevas tradiciones, nuevas formas de pensar y de actuar. Estamos aprendiendo a mezclar la cultura anglo y la latina. Claro que no tenemos la fórmula perfecta de cómo crear comunidades UU multiculturales, ya que cada comunidad es única, pero lo que sí sabemos es que con amor, paciencia y perseverancia, se puede lograr.
Adapted from a reflection for the First Unitarian Church of San José’s JUUNTOS/Together Project. Click here to read this article in English.
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